Sinfonía de las letras sonoras


Dalia Vázquez

Guido de Arezzo emprendió la imposible tarea de diferenciar el ruido de la música. Indagó en los significados de los sonidos y dio con la forma capaz de contener todas las posibilidades sonoras: las notas musicales. Sobre estos cimientos se edificaron muchas de las grandes composiciones que vendrían –y la posibilidad de interpretar a los antiguos maestros. Pero ahora, la relación entre obras musicales-notas musicales está tan vinculada dentro de la música académica que nos preguntamos si la música es el texto, o más bien, su ejecución sonora.

 

Con esa idea dándome vueltas en la cabeza, releí los diálogos que Ludovic escribió para la ópera Carmen, –y aunque el texto prescindía de pentagramas–, mi mente automáticamente recreó los sonidos de Bizet. En ese momento me asaltó una duda: ¿es posible que las palabras de un escritor sobre una obra musical puedan provocar que su lector también la escuche, aunque los oídos de este último nunca hayan estado expuestos a esta? Me refiero a cualquier escritor que nunca estudió partituras en la escuela de música, a alguien que se deja llevar por la inspiración y hace de las palabras sonidos. 

 

Si la respuesta es afirmativa, –como creo que lo es–, implica una nueva lectura de la música, una lectura más allá de las notas musicales y un sonido más allá de nuestros oídos. Una música con palabras simples y un sonido que se escucha con nuestros ojos y pensamientos. Estoy consciente, sin embargo, de la advertencia de los filósofos: la música es el lenguaje más universal que es imposible encasillar su pureza en la literatura.

 

Mi duda no es del todo descabellada a juzgar por otras disrupciones. La música desinstitucionalizada de Cage en su propuesta 4’33 (que consiste en mantener silencio por cuatro minutos y treinta y tres segundos) nos enseñó a escuchar a los silencios, –y ahora que aprendimos a escucharlos–, los encontramos demasiado escandalosos y disruptivos. 

 

Por esta razón, tengo el atrevimiento de afirmar que en esta sección de Interliteraria, podemos escuchar los sonidos cuando leemos las palabras de algunos melómanos entusiasmados. Leer y escuchar sobre las formas pequeñas de Manuel M. Ponce y sentir su delicadeza; escuchar, mientras nuestro escritor desnuda los sentimientos de los poemas sinfónicos de Liszt y explota en su dulzura, o bien, cuando sigue los patrones sonoros de Bach y admira el majestuoso ingenio de sus obras. Creo que con una selección intuitiva de valores musicales a través de algunas de nuestras palabras, podemos revivir la experiencia musical y transportarnos a los momentos más culminantes de una obra.

 

Me temo, sin embargo, que al escuchar sonidos y silencios con nuestra escritura, dejaremos de lado la posibilidad de oír la música sin dirección, me refiero a la improvisación en el jazz y su carácter efímero, o bien, al lado experimental e impredecible de la música contemporánea. ¿Es posible también escribir palabras efímeras sin aparente dirección sobre una obra musical? O, más bien, ¿erraríamos al igual que cientos de músicos contemporáneos en sus canciones: en los ritmos constantes y en sus repeticiones? Y aún más importante, ¿cómo podemos escribir palabras tan hermosas que nos cautiven y consuelen al igual que lo hace la canción más sensual sobre el objeto amado?

 

Wagner ya nos daba una idea sobre este cometido cuando propuso re-escuchar la novena sinfonía de Beethoven a partir de la lectura de poesía y los textos de Goethe, es decir, mientras acompañaba a la obra con un libreto poético que le explicaba al oyente sobre lo que escuchaba. No era una idea mala la de Wagner, pero las críticas han sido las más severas: de nuevo, no le perdonamos la subordinación de la música a la escritura. Creo que Wagner se equivocó cuando propuso un libreto como una guía para comprender lo que se escucha: el libreto puede ser un buen complemento de la pieza, pero también la obra musical puede ser el fondo del libreto.

 

Propongo una empresa aun más ambiciosa: escribir sobre la música, no solo para guiar, acompañar, detallar, sino principalmente para escuchar, y transmitir con nuestras palabras escritas, la emocionalidad sonora. No para llevar de la mano al oyente sobre lo que escucha, sino para que escuche lo que lee. Propongo una escritura que transmita la sensación musical a su lector, igual que cuando escuchamos nuestra canción favorita y nuestra piel se estremece. Una escritura que no aprisione a la música en un prejuicio estético, sino que la deje en su libertad: pulcra, interpretativa, emancipadora.

 

Creo que la mejor manera de lograr este cometido es empezar con la escritura de obras serenas y músicos familiares. Por esta razón, esta sección musical lleva de nombre: Manuel M. Ponce, retomamos sus composiciones como inspiración; porque su música permea todo, entra por los oídos (y no solo por los oídos) penetra hondamente el alma con su genuinidad y sencillez, porque su música es pura y emotiva, digna para quien sabe escuchar con los ojos y los oídos.



Ilustración Dalia