El motor creativo de la paternidad


Fred Castillo Dávila

La formación de identidades y el consumo cultural de la música popular, de acuerdo con el autor británico Jon Savage, son procesos estrechamente relacionados con la adolescencia, y la forma en que ésta se percibe como el nuevo territorio que crea un sector que demanda, consume y al final producirá cultura. A partir de ello, las relaciones sociales y a su vez en el núcleo familiar se transforman y constituyen en sí un objeto a observarse.

¿Cómo se dan las relaciones entre las personas transitando la adolescencia y las figuras de autoridad? ¿Hay algo que señalar sobre las relaciones paternofiliales que se pueda mencionar como singular en la cultura contemporánea?

En el imaginario de la música popular, podríamos apuntar a la naturaleza de las relaciones entre padres e hijos. Frecuentemente, éstas se perciben con un cariz problemático. Se podrían señalar ciertas fuentes como la relación del padre con la genialidad o la figura del genio. Mencionemos dos casos: los castrati y el consabido suceso de Wolfgang Amadeus Mozart.

En un segundo estadio podemos enfocarnos en una variante del primer caso: la relación entre los managers y la genialidad; pensemos en Colonel Tom Parker, el mánager de Elvis, o Suge Knight y el mundo del rap. Finalmente, la labor de hacer un recorrido en búsqueda de los acentos y características del motivo de la paternidad en la lírica de la música popular contemporánea puede sugerirnos escenarios y representaciones de la paternidad en nuestra cultura.

Las relaciones humanas socioafectivas, en cualquiera de sus variantes, sean filiales, fraternas, maternales, paternales, juegan un rol esencial dentro del ecosistema de la música popular contemporánea. A partir de ello, la comprensión, goce y entendimiento de la realidad creativa que permitió que una obra suceda adquiere un valor que se incorpora al proceso de consumo de productos culturales. 

En esta ocasión dirigimos nuestra atención, en especial, hacia la música popular contemporánea que se ha producido en los últimos setenta años; esa música concebida con la meta del consumo masivo que sucede y transcurre en y desde un lugar, que los estudios culturales aluden como una invención del siglo XX: la adolescencia.

La figura paterna, ya sea en confabulación u oposición, con y hacia las personas demasiado grandes para ser niñas y niños o demasiado jóvenes para asumir el control, ha sido sin duda un motivo, motor y fin último que desarrolla toda una narrativa en el imaginario de la música de masas y la construcción de la figura del genio atormentado.

Las diferentes representaciones que rodean a la música popular las podemos considerar en su justa dimensión mientras entendamos la cultura como Marvin Harris en Cultural Materialism: The Struggle for a Science of Culture, donde señala que la cultura, a través de sus productos y lugares en que sucede, nos lleva al proceso de identificar las prácticas, costumbres, hábitos, estilos de vida.

Al considerar lo anterior, podemos entender el fenómeno musical como un elemento en el que podemos leer a una sociedad a través de sus normas, juicios de valor, relaciones de poder e identidades de aquellos que producen y consumen ese bien cultural expresado en textos, sonidos, objetos, espacios.

La paternidad vista desde el nicho de la industria musical, en un nivel simbólico podría vincularse con figuras antiquísimas como el mecenazgo. Quienes han detentado los medios de producción y el poder económico han ejercido una paternidad que respondía en la mayoría de los casos a los mandatos de masculinidad, imbuidos de intervencionismo y totalitarismo que caracterizaban las sociedades de ese entonces.

El estereotipo del padre-manager explotador, que parece haber nacido con la figura de Leopold Mozart, prevaleció en figuras más cercanas a nosotros, como el Colonel Tom Parker y su explotación sobre Elvis Presley; la podemos rastrear en Joe Jackson y su figura patriarcal en el clan de los Jackson, hasta los consabidos hechos recientes sobre el juicio que otorgó a Jamie Spears el control y guardia del capital musical y económico, así como de la custodia personal de Britney Spears.

La presencia de estas figuras paternas –en la esfera desde quienes producen un bien cultural, que aluden a lo ominoso, la explotación y patologías sociopsicológicas– contribuyó a la creación del mito, para los consumidores culturales, de la figura atormentada que encontraba en el arte musical, donde el padre/mentor ejerce su dominio implacable, el único lugar de libertad.

No es ninguna sorpresa que los ritmos y culturas musicales más disruptivas, como el rock and roll, punk, disco, rap o el reggaetón, han planteado su razón primigenia de existencia desde el reto a las figuras de autoridad. La afirmación de la identidad propia comienza con el distanciamiento de las formas conocidas. De ahí la importancia entre la figura de autoridad –paterna–, que cumple con un proceso de reconocer al otro en su búsqueda al moldear su personalidad, e incluso el espacio personal, a través de la música.

Otra figura paterna, que funciona desde la romantización de la paternidad implacable y que funciona dentro de una serie de arreglos sociales, económicos y políticos y se percibe como natural e inevitable, es la del mentor o tutor. En ésta, se cuestionan los carices psicológicos ejercidos desde la figura parental; se juega con las premisas del esencialismo y el existencialismo: ¿se nace con el talento o se puede adquirir? Y una vez más se observa que en el ejercicio de la violencia psicológica, e incluso física, se representa el método bajo el cual se descubre el talento de las protegidas y los protegidos. Pensemos en películas como Whiplash, El Cisne Negro y La Pianista. Finalmente, el crecimiento de la industria musical en las últimas décadas del siglo XX y las primeras del siglo XXI, con la consiguiente e inevitable llegada del culto a las celebridades, nos hizo acudir al consumo de la música y la vida de los músicos con un acento puesto en el carácter confesional.

La producción y consumo de música y la vida de sus creadores como un escenario único e indivisible, como una práctica que nos brinda una experiencia central en la conformación de identidades individuales –y en el caso de la música popular, en lo colectivo–, nos permite identificar y cuestionar el consumo y la práctica politizada de la música. Ahí es donde podemos señalar las formas que son hegemónicas y que prevalecen, como es el caso de la figura paterna.

¿Qué paternidades y cómo hemos percibido el cambio de éstas en la música popular? Las prácticas de consumo de la música son centrales para localizarse en la forma en que nos vemos y percibimos a los otros; la pertenencia y nuestra ubicación respecto a lo otro transforman nuestras propias experiencias de vivir las relaciones paternofiliales.

En el año de 1984 sucedió la muerte de Marvin Gaye, el famoso cantante de soul, a manos de su propio padre. Marvin Gay, padre, ministro de una iglesia pentecostal, ejerció una crianza cruenta y despiadada sobre su hijo, al punto que éste afirmó decir que fue como crecer con un rey omnipotente y cruel. El talento musical de Marvin Gay hijo y el apoyo de la madre le hicieron posible el escapar el yugo del padre, de quien busco distanciarse físicamente y de manera simbólica. Sin embargo, los estragos de una paternidad abusiva cimentaron los problemas de adicciones de Gaye y la vuelta de Marvin hijo a compartir el hogar con sus progenitores y fruto de la mala relación entre padre e hijo, hicieron que la tragedia concluyera en un filicidio.

El entorno musical que fluctúa entre lo personal, lo privado, lo público ¿nos da cuenta de nuevas formas de vivir, experimentar la paternidad? ¿Se pueden leer diferentes paternidades representadas en la música contemporánea? Se puede creer que sí, que la posibilidad de hablar de género a través del arte y considerar la posibilidad de éste como un vehículo para que la sociedad cree lugares desde los que se plantea la necesidad de repensar, crear, consumir y hacer circular nuevas formas de paternidad que partan de una perspectiva de género, desde la salud emocional y mental, que aluda a diferentes masculinidades, formas de ejercer la paternidad y una cultura de la igualdad.

La música, desde la sonoridad y las letras, organiza, moldea y construye la relación entre un yo, lírico, íntimo y el mundo. La música, desde su dimensión estética, se nutre y a su vez alimenta la dimensión sensible, política de los individuos y los colectivos.

La paternidad como una realidad que rebasa las fronteras de diferentes ámbitos plantea la necesidad de estudiarla desde las representaciones que se hacen de ella; se crean y ponen a disposición de nosotros como parte de lo que consumimos en la cultura. Percibir la evolución de las representaciones y formas de consumo que hemos hecho de la paternidad a través de la música, y más en la adolescencia, etapa en la que estamos en formación y se consume más música, ayuda a desprender el revestimiento esencialista en ella, y proporciona la oportunidad de ponderar las diferentes dimensiones que hagan posible ver, modificar y vivir paternidades que se experimenten más allá del patriarcado y las tradiciones que han prevalecido en muchas de las formas de consumo de la música popular.


Fotografía de editor

(1) “Music is connected to power (Attali, 1985); it is an economic resource, part of the heritage of a place or society and integral to the identity of social or political groups (Ó Suilleabháin, 1994; Herbert, 1998; Sweeney-Turner, 1998)” de Listening for geography: the relationship between music and geography (Kearney, Daithí) en Chimera, Vol. 25 (2010), pp. 47-76.

(2) Jon Savage,Teenage. The Prehistory of Youth Culture 1875-1945, (Penguin, 2007).

(3) Marvin Harris. Cultural Materialism: The Struggle for a Science of Culture, (1981).